En las zonas rurales de Kenia, el cambio climático y la mecanización de las labores del campo han hecho que los empleos agrícolas sean cada vez más escasos, lo que obliga a muchas mujeres a aceptar cualquier trabajo que puedan conseguir—incluso cuando ello implique sufrir los peores tipos de abusos. Elizabeth Kiende, experta en cuestiones de género de Rainforest Alliance en Kenia, arroja luz sobre las raíces del problema.
En Kenia, el 76% de las mujeres trabajan en la agricultura. A menudo realizan trabajos físicos agotadores por un salario bajo y poca seguridad laboral.
Peor aún, la violencia sexual contra las trabajadoras del campo es habitual. Aunque se desconoce la incidencia exacta—en parte debido al miedo de las mujeres a denunciar—un análisis de la bibliografía disponible sugiere que, a nivel mundial, la violencia sexual es una “norma generalizada y de larga data” en la agricultura.
Para ayudar a evitar estos abusos en las fincas certificadas, el Programa de Certificación de Rainforest Alliance incluye estrictos requisitos para las fincas y la cadena de suministro en materia de derechos humanos y derechos laborales, incluidas condiciones de trabajo seguras. Las fincas y empresas que participan en el programa son auditadas con arreglo a una rigurosa norma de sostenibilidad que incluye estos requisitos, basados en los convenios fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), así como en el Convenio 190 de la OIT sobre la violencia y el acoso en el lugar de trabajo, y en la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW). Nuestro actual programa de certificación exige que las fincas establezcan comités de género y comités de quejas (donde se puedan denunciar las violaciones de los derechos humanos), para apoyar aún más la seguridad de las mujeres en las fincas certificadas. El programa también incorpora un enfoque holístico con el fin de, “evaluar y abordar” para prevenir las violaciones de los derechos humanos.
Pero no es suficiente, afirma Elizabeth Kiende, experta en cuestiones de género de Rainforest Alliance en Kenia. “Los problemas son sistémicos; las intervenciones deben ir más allá de lo que puede hacer la certificación.”
Las raíces del problema
Los problemas sistémicos a los que se refiere Kiende son complejos y están muy arraigados. La aplastante pobreza, derivada de la explotación colonialista de la tierra y las personas, junto con las actitudes culturales misóginas, han dejado a las mujeres rurales prácticamente impotentes en el campo y en el hogar. Una mujer pobre con hijos que alimentar, en lo más bajo de la jerarquía social, no puede permitirse denunciar una agresión o un acoso y arriesgarse a perder su empleo, y los depredadores sexuales lo entienden demasiado bién. Con demasiada frecuencia, cuando una mujer se atreve a denunciar un acto de violencia sexual, su familia y su comunidad la culpan a ella, la condenan al ostracismo mientras su agresor sigue libre.
En los paisajes del té en Kenia, según Kiende, las actitudes y prácticas culturales contribuyen aún más a la prevalencia de la violencia sexual en las fincas. “En muchas zonas rurales, ni siquiera se considera abuso. Es normal—si creces hablando inglés, el inglés es el idioma que conoces,” afirma. Del mismo modo, en estos entornos, la justicia tradicional—reuniones conocidas como barazas, con los ancianos locales—es la forma más familiar de justicia; una mujer rural desconocería cómo podría ayudar la policía.
“En muchas zonas rurales, ni siquiera se considera abuso. Es normal—si creces hablando inglés, puesto que ese es el idioma que conoces.”
Las mujeres de las zonas rurales de Kenia también suelen ser las últimas en recibir recursos, añadió Kiende. Con las prácticas de herencia, por ejemplo, “si un padre tiene cinco hijos, los hijos se reparten la tierra y las hijas acaban en una plantación arrancando té.” Las mujeres son las últimas en la fila para la escolarización, el trabajo y, en tiempos difíciles, la comida. “Las mujeres siempre comen las últimas,” dice Kiende, y añade que es la norma en todo el mundo.
Tenemos que conseguir que todos se unan
Educar a las mujeres sobre sus derechos y reforzar su posición económica, de modo que sean menos vulnerables a los depredadores en el lugar de trabajo, es fundamental para hacer frente a la violencia sexual en la agricultura, según Joky François, experta en cuestiones de género de Rainforest Alliance. Colocar a las mujeres en puestos de supervisión y gestión y garantizar que puedan acceder a mecanismos de reclamación fiables es también un paso importante.
Sin embargo, para que se produzca un verdadero cambio en las actitudes culturales, hay que educar a los hombres, afirma Kiende. Los comités de género de las plantaciones de té certificadas ya han abierto la puerta para que las organizaciones locales sin ánimo de lucro con experiencia en este campo empiecen a formar a los hombres para que se conviertan en “paladines del género.” “Tenemos que invertir más en educar a los hombres para que defiendan a las mujeres y las niñas. Sólo cuando los hombres comprendan el valor de las mujeres se pondrá fin a esta situación,” afirmó.
Pero este tipo de cambios a nivel comunitario, aunque importantes, no pueden erradicar la violencia sexual en la agricultura: Los gobiernos, las empresas y los particulares de todo el mundo deben actuar, afirmó François. Los gobiernos deben ampliar la financiación de programas que aborden la violencia sexual en la agricultura, mientras que las grandes empresas agroalimentarias deben apoyar de forma proactiva a los actores de las cadenas de suministro, tanto en sentido ascendente como descendente, para abordar las causas profundas de la violencia sexual. François añadió que pueden hacerlo reforzando los sistemas de diligencia debida las relaciones con las organizaciones locales sin ánimo de lucro y, sobre todo, la agencia de las mujeres.
El Convenio 190 de la OIT, el primer convenio mundial para combatir la violencia y el acoso en el lugar de trabajo, es una pieza fundamental del rompecabezas, afirmó François. “Pero los avances han sido lentos. Se espera que sólo 24 países lo ratifiquen a finales de año.” La OIT exhorta a los ciudadanos a participar en su campaña para acabar con la violencia de género y el acoso en el lugar de trabajo.
En las plantaciones y fábricas de té con las que trabaja en Kenia, Kiende ve hambre de cambio. “La voluntad está ahí, pero hay un problema de capacidad—falta de inversión y recursos.”
“Y más allá de eso, es una cuestión mundial,” dijo. “Todos tenemos que ponernos manos a la obra para acabar con la violencia de género—no sólo aquí, sino en todas partes.”