Reyna Cristina Castillo, de 49 años y madre de seis hijos, se levanta a las 3 AM cada mañana para hacer sus tareas domésticas antes de caminar 45 minutos hasta la finca de café en El Paraíso, Honduras, donde trabaja junto a su esposo y dos de sus niños mayores.
«A veces tengo ganas de quedarme en la cama por más tiempo, pero luego le agradezco a Dios por mi vida, mi esposo y mi familia, y dejo esos pensamientos atrás», admite Castillo.
A muchos les resultará difícil sentir gratitud por días tan largos y difíciles, pero la actitud positiva de Castillo puede explicarse, en parte, considerando lo que ve a su alrededor: con la caída de los precios mundiales del café y el hongo de la roya, relacionado con el cambio climático, diezmando los cultivos de café en Latinoamérica, el trabajo ha sido escaso en este sector al punto que muchos hondureños han sido forzados a migrar. El departamento de El Paraíso, donde ella vive, perdió un gran número de residentes en la caravana de solicitantes de asilo y un número desproporcionado de ellos eran trabajadores del café.
Pero Castillo y su familia trabajan en una finca que se ha sumado a la ruta hacia la sostenibilidad: actualmente la finca trabaja en un plan de mejora que le permitirá suministrar café a un exportador Rainforest Alliance Certified™, un vínculo que puede ayudar a garantizar precios decentes. La finca también recibe asistencia técnica del Proyecto Progresa para apoyar sus esfuerzos para volverse responsable con el medio ambiente. Estos son signos esperanzadores, ya que los métodos de agricultura sostenible fortalecen el futuro a largo plazo de una finca, así como mejores ingresos para trabajadores como Castillo.
Conocer muy bien el dolor de tener que dejar todo atrás hace que Reyna esté doblemente agradecida por su trabajo. En 1998, el huracán Mitch de categoría 5 llegó a Honduras y mató a 7.000 personas solo en este país (el huracán provocó más muertes en Centroamérica y en Florida). Castillo, que creció en una familia de sastres en el área más afectada por Mitch, recuerda que antes del huracán «incluso mis primos trabajaron con mi padre. Teníamos dos máquinas de coser y nos ganábamos la vida”. Pero Mitch acabó con todo eso. “Nueve de los miembros de mi familia murieron en el huracán. No teníamos casa, ni lugar para seguir trabajando, ni dinero. La gente que manejó la ayuda no nos la dio. Simplemente siguieron pidiendo nuestros números de identificación, pero nunca obtuvimos nada de ellos».
Así fue como terminó en la comunidad de Santa Elena Azabache en Danlí, El Paraíso, recolectando café. El propietario de la finca la compró con el dinero que ganó durante el período en que trabajó en los Estados Unidos, por lo que también entiende las dificultades de la migración y trata bien a Castillo y su familia. En estos días, Reyna prepara principalmente alimentos para los trabajadores en el campo, mientras que su esposo y sus dos hijos medianos recolectan los granos (los dos mayores viven solos, mientras que los pequeños están en la escuela). «Siempre enseñé a mis hijos a trabajar, porque no quería que se involucraran con las pandillas o las drogas», dijo, expresando una preocupación real en un país con tan pocas oportunidades de trabajo legal y tanta corrupción sistémica (gran parte de la cual tiene sus raíces en la intervención estadounidense).
Castillo todavía sueña con que algún día será dueña de una máquina de coser para poder regresar a su vocación. «Me encantaría ayudar a mis amigos con su ropa», dice con nostalgia. Mientras tanto, ella continúa viendo su trabajo como una bendición, porque en su opinión, «el trabajo nos dignifica».